Edad Media es el término utilizado para referirse
a un período de la historia europea que transcurrió
desde la desintegración del Imperio romano de Occidente,
en el año 476 d.C, siglo V, hasta el siglo XV con la caída
de Constantinopla en 1453. También se señalan como
fechas de término, la de la invención de la imprenta
en Occidente por Gutenberg (quien innovó respecto a la
ya existente imprenta en Oriente) en 1450, la del Descubrimiento
de América en 1492, la del inicio de la Reforma Protestante
en 1517, o la de la Revuelta de los Comuneros españoles,
en 1521, a la que algunos autores ven como la primera revolución
burguesa. De todas maneras, se acepta que estas fechas son meros
indicadores técnicos, puesto que no hubo una ruptura real
de continuidad, ni en las estructuras culturales y sociales,
ni en el desarrollo tecnológico, sobre todo entre la Edad
Media y el Renacimiento. No obstante, las fechas anteriores no
han de ser tomadas como referencias fijas: nunca ha existido
una brusca ruptura en el desarrollo cultural del continente.
Parece que el término lo empleó por vez primera
el historiador Flavio Biondo de Forlì, en su obra Historiarum
ab inclinatione romanorun imperii decades (Décadas de
historia desde la decadencia del Imperio romano), publicada en
1438 aunque fue escrita treinta años antes. El término
implicó en su origen una parálisis del progreso,
considerando que la edad media fue un periodo de estancamiento
cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de
la antigüedad clásica y el renacimiento. La investigación
actual tiende, no obstante, a reconocer este periodo como uno
más de los que constituyen la evolución histórica
europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo.
El sistema
económico y político imperante era en general el
feudalismo. La estructura de la población era piramidal,
con los vasallos y siervos en la base mientras que la nobleza
y los estamentos eclesiásticos eran los más poderosos.
La estructura económica de la época se sustentaba
en el mannor, unidad económica autosuficiente,
que era a su vez la base política del feudalismo. La Edad
Media es una época profundamente religiosa, había
un teocentrismo dominante y los centros religiosos eran en general
el único foco de la cultura, donde se conservó
la historia pasada; era el único lugar donde se sabía
leer y escribir. La lengua utilizada en la escritura era el latín.
1- Nomenclatura
El nombre de
"Edad Media" aparece ya en 1469 en una carta de Giovanni
Andrea al frente de una edición romana de Apuleyo, donde
se alude a los grandes conocimientos del cardenal Nicolás
de Cusa en letras antiguas, medias y modernas. En 1518
se documenta media aetas y en 1604 medium aevum.
La denominación
de esta etapa histórica, tiene cierta connotación
negativa al ser observado como un momento histórico de
estancamiento social y cultural.
2- Periodización
La Edad Media
suele dividirse convencionalmente en dos periodos, llamados Alta
Edad Media y Baja Edad Media, ambas expresiones surgidas de una
mala traducción del idioma alemán, y que significan
"temprana" y "tardía", respectivamente.
Se ha propuesto también llamar a los primeros siglos de
la Alta Edad Media como Antigüedad Tardía u otras
denominaciones similares como Edad Oscura, pero dicha terminología
no es universalmente aceptada. (Ver Historia#División
del tiempo histórico)
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Mapa con las
principales civilizaciones e imperios hacia el año 820
3- Reinos Germanorromanos
(siglos V, VI y VII)
La caída
del Imperio Romano
Ningún
evento concreto determina el fin de la Antigüedad y el inicio
de la Edad Media: ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos
por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo
Augústulo (último emperador romano de Occidente)
fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores
de una nueva época. La culminación a finales del
siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre
ellos la grave dislocación económica y las invasiones
y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano,
hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años
Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada
sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que
nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.
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Los Reinos
Germanorromanos
En el año
395 falleció el emperador Teodosio. En esos tiempos, pocos
ciudadanos de Occidente podían pensar que de hecho iban
a dejar de pertenecer al Imperio poco más de medio siglo
después. El Imperio Romano había pasado por invasiones
externas y guerras civiles terribles en el pasado. Hacía
escaso tiempo que Teodosio había logrado nuevamente unificar
bajo un solo centro ambas mitades del Imperio, y el triunfo de
la nueva religión de Estado, el Cristianismo niceno, parecía
apoyar desde los Cielos a un Imperium Romanum Christianum y a
una dinastía que venía ejerciendo el poder desde
hacia más de treinta años.
El gobierno
de Teodosio había encauzado los afanes de protagonismo
político de los más ricos e influyentes senadores
romanos y de las provincias occidentales. Además, la dinastía
había sabido encauzar acuerdos con la poderosa aristocracia
militar, en la que se enrolaban nobles germanos que acudían
al servicio del Imperio al frente de soldados bárbaros
unidos por lazos de fidelidad hacia ellos. Al morir, Teodosio
confió el gobierno de Occidente y la protección
de su joven heredero Honorio al general Estilicón, hijo
de un noble oficial vándalo que había contraído
matrimonio con Serena, sobrina del propio Teodosio. Sin embargo,
cuando en el 455 murió asesinado Valentiniano III, nieto
del gran Teodosio, una buena parte de los descendientes de aquellos
nobles occidentales que tanto habían confiado en los destinos
del Imperio parecieron ya desconfiar del mismo. Máxime
cuando en el curso de dos decenios pudieron darse cuenta de que
el gobierno imperial recluido en Rávena era cada vez más
presa de los exclusivos intereses e intrigas de un pequeño
grupo de altos oficiales del ejército itálico.
Muchos de éstos eran de origen bárbaro y cada vez
confiaban más en las fuerzas de sus séquitos armados
de soldados convencionales y en los pactos y alianzas familiares
que pudieran tener con otros jefes bárbaros instalados
en suelo imperial junto con sus propios pueblos, que desarrollaban
cada vez más una política autónoma.
Necesitados
de mantener una posición de predominio social y económico
en sus regiones de origen, reducidos sus patrimonios fundiarios
a dimensiones provinciales, y ambicionando un protagonismo político
propio de su linaje y de su cultura, estos representantes de
las aristocracias tardorromanas occidentales habrían acabado
por aceptar las ventajas de admitir la legitimidad del gobierno
de dichos reyes bárbaros, ya muy romanizados, asentados
en sus provincias. Al fin y al cabo, éstos, al frente
de sus soldados, podían ofrecerles bastante mayor seguridad
que el ejército de los emperadores de Rávena. Además,
el avituallamiento de dichas tropas resultaba bastante menos
gravoso que el de las imperiales, por basarse en buena medida
en séquitos armados dependientes de la nobleza bárbara
y alimentados con cargo al patrimonio fundiario provincial de
la que ésta ya hacía tiempo se había apropiado.
Menos gravoso para los aristócratas provinciales pero
también para los grupos de humildes que se agrupaban jerárquicamente
en torno a dichos aristócratas, y que, en definitiva,
eran los que habían venido soportando el máximo
peso de la dura fiscalidad tardorromana. Unas monarquías
bárbaras, en definitiva, que, como más débiles
y descentralizadas que el viejo poder imperial, estaban también
más dispuestas a compartir el poder con dichas aristocracias
provinciales, máxime cuando en el seno mismo de sus gentes
tales monarcas desde siempre habían visto su poder muy
limitado por una nobleza basada en sus séquitos armados.
Pero para llegar
a esta situación, a esta auténtica acomodación,
a esta metamorfosis del Occidente romano en romano-germano, no
se había seguido una línea recta; por el contrario,
el camino había sido duro, zigzagueante, con ensayos de
otras soluciones, y con momentos en que parecía que todo
podía volver a ser como antes. Esta será en lo
fundamental la historia del siglo V, que en algunas regiones
pudo incluso prolongarse hasta bien entrado el VI como consecuencia,
entre otras cosas, de la llamada Reconquista de Justiniano.
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El Cristianismo
y los bárbaros
La expansión
del cristianismo entre los bárbaros constituyó
una poderosa fuerza integradora de culturas y ayudó a
asegurar que algunos vestigios de la ley romana y del latín
continuaran en Francia, Italia, España y Portugal. Sólo
en Inglaterra el cristianismo romano sucumbió ante las
creencias paganas. Los francos se convirtieron al catolicismo
durante el reinado de Clovis y, a partir de entonces, expandieron
el cristianismo entre los germanos del otro lado del Rin. Por
su parte, los bizantinos extendieron el cristianismo ortodoxo
entre los búlgaros y los eslavos.
El cristianismo
fue llevado a Irlanda por San Patricio a principios del siglo
V, y desde allí se extendió a Escocia, desde donde
regresó a Inglaterra por la zona norte. A finales del
siglo VI, el Papa Gregorio el Grande envió misioneros
a Inglaterra desde el sur. En el transcurso de un siglo, Inglaterra
volvió a ser cristiana.
En Irlanda,
por su parte, había sobrevivido una comunidad cristiana,
aislada de Europa por la barrera pagana de los anglosajones.
Con el tiempo evolucionaron de manera diferente al cristianismo
continental, haciendo florecer el cristianismo celta. Estos cristianos
celtas conservaron mucho de la antigua tradición latina,
la cual compartieron con Europa continental apenas la oleada
invasora se hubo calmado un poco. En el siglo VI, los irlandeses
saltaron a Inglaterra, y en el siglo VII fundaron monasterios
en la Galia, en Suiza (Saint Gall, e incluso en Italia, destacándose
particularmente los nombres de Columba y Columbano. Como consecuencia
de esto, las Islas Británicas fueron durante unos tres
siglos el vivero de importantes nombres para la cultura: el historiador
Beda el Venerable, el misionero Bonifacio de Alemania, el educador
Alcuino de York, el teólogo Juan Escoto Erígena,
entre otros.
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4- Época
del Imperio Carolingio (siglos VIII y IX)
Ascenso
del Imperio Carolingio
Artículo
principal:
Imperio Carolingio
Hacia el siglo
VIII, la situación política europea se había
estabilizado. En oriente, el Imperio Bizantino era fuerte otra
vez, gracias a una serie de emperadores competentes. En occidente,
algunos reinos aseguraban relativa estabilidad a varias regiones:
Northumbria a Inglaterra, Visigotia a España, Lombardía
a Italia, y el Reino Franco a la Galia. En realidad, el "reino
franco" era un compuesto de tres reinos: Austrasia, Neustria
y Aquitania.
El Imperio
Carolingio surge con Carlomagno a finales del siglo VIII. Sus
fronteras dominaron una gran parte de la Europa Occidental aspirando
a reconstruir la extensión del antiguo Imperio Romano
Occidental. Aquisgrán (o Aix-la Chapelle) fue su capital.
Creó las marcas para fijar las fronteras y frenar la expansión
árabe. También impulso una organización
del territorio con los condados. Con la muerte de Carlomagno
el imperio se divide en tres quedando fragmentado con el Tratado
de Verdún. El Imperio Carolingio fue la primera gran potencia
política europea desde la extinción del Imperio
Romano, y esto la Iglesia Católica lo reconoció,
coronando a Carlomagno como Emperador de Occidente, en el año
800. Carlomagno negoció de igual a igual con otras grandes
potencias de la época, como el Imperio Bizantino, el Emirato
de Córdoba, y el Califato Abasida. Al mismo tiempo, mandó
llamar a la intelectualidad de su tiempo a sus dominios, dándole,
con la colaboración de Alcuino de York, impulso al llamado
Renacimiento carolingio.
El hundimiento
del Imperio Carolingio
Muerto Carlomagno
en 814, toma el poder su hijo Ludovico Pío, pero los hijos
de éste se pelearon el trono, con lo que resultó
la repartición del Imperio en el año 843, en el
Tratado de Verdún.
Europa fue
además duramente golpeada por pueblos invasores bárbaros,
entre ellos los vikingos, cuyas correrías terminaron de
destruir lo que empezaba a florecer bajo los carolingios.
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5. Época
del Feudalismo (siglos X, XI y XII)
Artículo principal: Feudalismo
El sistema
feudal
El fracaso
del proyecto político centralizador de Carlomagno llevó
a la entronización sin mayores contrapesos, de un sistema
político, económico y social llamado el Feudalismo.
Dos instituciones eran claves para su funcionamiento:
* Había
una jerarquía de señores y vasallos vinculados
a través del vasallaje. Por el vasallaje, un vasallo se
ofrecía a un señor, entablando un contrato en donde
el vasallo debía obediencia y lealtad, y el señor
debía protección. Ésta era la única
manera de garantizar el orden. Los privilegios de la nobleza
la obligaban a encargarse de que todo funcionase. Para ello recurrieron
a acuerdos de dependencia mutua conocidos con el nombre de relaciones
feudo-vasalláticas, que podían ser de dos tipos:
* Vasallaje.
Es un pacto entre dos miembros de la nobleza de distinta categoría.
El caballero de menor rango se convertía en vasallo del
noble más poderoso por medio de la Ceremonia de Homenaje
e Investidura. El vasallo prestaba homenaje al señor -humillándose
ante él- y éste le investía dándole
una espada, o bien un báculo si era religioso. El señor
protegía al vasallo y le otorgaba un feudo (un castillo,
un monasterio o un simple sueldo), a cambio, el vasallo le juraba
fidelidad y estaba obligado a prestarle ayuda militar y consejo.
* Encomienda. Es un pacto entre los campesinos y el señor
feudal. El señor acogía a los campesinos en su
feudo, les proporcionaba una pequeña porción de
tierra (manso) para que pudieran subsistir y les protegía
si eran atacados. A cambio, el campesino se convertía
en su siervo y pasaba a la doble jurisdicción del señor
feudal: el Señorío Territorial, que obligaba al
campesino a pagar una parte de sus rentas al noble; y el Señorío
Jurisdiccional, que convertía al señor feudal en
gobernante y juez del territorio en el que vivía el campesino.
* La sociedad
estaba organizada de manera estamental, en los llamados estamentos
u ordines: nobleza, clero y campesinado (los hombres que
guerrean, los que rezan y los que trabajan, según una
formuación de la época).
* Nobleza
feudal. Los bellatores o guerreros era la Nobleza, en ella
distinguimos: La alta nobleza (marqueses, condes y duques) poseía
grandes feudos; y la baja nobleza o caballeros (barones, infanzones,
hidalgos), con feudos pequeños, eran vasallos de los más
poderosos.
* Clero feudal. Los oratores o clérigos era la
Iglesia: algunos formaban una élite poderosa llamada alto
clero (abades, obispos), y otros más humildes (curas de
pueblo o monjes) estaban subordinados a su autoridad.
* Pueblo llano. Los laboratores o trabajadores, era el
pueblo llano, por tanto, los más numerosos, y generalmente
estaban sometidos a los otros estamentos. Estaban compuestos
por campesinos, siervos de los señores feudales, y que
eran los más numerosos, y por artesanos, que eran escasos
y vivían en las pocas ciudades que había. Si dependían
del rey (realengo) y no de un señor feudal, prosperaban
más.
Los tres órdenes
eran consecuencia básica de la estructura social a la
caída del Imperio Romano. Así, los señores
feudales eran la continuación de aquellos grandes terratenientes
que habían imperado casi sin contrapesos (exceptuado el
paréntesis carolingio) desde el siglo II, mientras que
el campesinado era la continuación del antiguo agro romano.
El clero, por su parte, tenía su lugar gracias a la influencia
que la Iglesia Católica había ejercido desde finales
del Imperio, y comienzos de la Edad Media. El campesino lo era
por herencia, y rara vez tenía oportunidad de ascender
de nivel. El noble lo era generalmente por herencia, aunque en
ocasiones podía alguien ennoblecerse como soldado de fortuna,
después de una victoriosa carrera de armas (como fue el
caso, por ejemplo, de Roberto Guiscardo). El clero, por su parte,
era reclutado por cooptación. Todo esto le daba al sistema
feudal una extraordinaria estabilidad, en donde había
"un lugar para cada hombre, y cada hombre en su lugar",
al tiempo que una estraordinaria flexibilidad, porque permitía
al poder político y económico atomizarse a través
de toda Europa, desde España hasta Polonia.
Esta nueva
estructura social encontró concreción en una nueva
forma de arte, el llamado arte románico, cuyo antecedente
más remoto es la Capilla Palatina de Aquisgrán
construida en tiempos del Imperio Carolingio, y que manifestó
todo su esplendor en el llamado Estilo Otónico que imperó
en Alemania durante el siglo X, y comienzos del siglo XI.
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La expansión
del sistema feudal
La enorme flexibilidad
del Feudalismo como sistema social permitió el desarrollo
de dos procesos, que se retroalimentaron mutuamente favoreciendo
una rápida expansión. Por una parte, al asignarle
un lugar a cada persona dentro del sistema, permitió la
expulsión de todos aquellos para quienes no había
lugar, enviándolos como colonos y aventureros militares
a tierras no ganadas para la Cristiandad Occidental, expandiendo
así brutalmente sus límites. Por la otra, al asegurar
un cierto orden y estabilidad social para el mundo agrario, difuminando
las guerras hasta convertirlas en una especie de rumor sordo
de la época, permitió el inicio de la concentración
de riquezas que llevaría a la vuelta de poco tiempo al
resurgimiento económico de Europa Occidental. Irónicamente,
ambos procesos terminarían por minar las bases del feudalismo,
y llevarlo hacia su destrucción.
La expansión
geográfica se llevó a cabo, o se intentó
llevar a cabo, al menos, en varias direcciones. En España,
después de la disolución del Califato de Córdoba
en al año 1031, se creó un vacío de poder
que los reinos feudales cristianohispánicos de Castilla,
León, Navarra, Portugal y Aragón intentaron aprovechar,
expandiéndose en la llamada Reconquista. En las Islas
Británicas, el reino de Inglaterra intentó repetidas
veces invadir a Gales, Escocia e Irlanda, con mayor o menos éxito.
En Europa del Norte, acabadas las invasiones de los vikingos,
las riquezas saqueadas por éstos sirvieron para adquirir
productos y servicios occidentales, creando en el Mar Báltico
una próspera red comercial que atrajo a los escandinavos
a la civilización occidental. Muchos descendientes de
vikingos, apodados los normandos, se instalaron en Normandía,
Inglaterra, Sicilia y el sur de Italia, creando reinos centralizados
y eficientes: entre ellos están Rolón, Guillermo
el Conquistador y Rogerio I de Sicilia. En el este, en el año
955, Otón el Grande batió a los magiares en la
Batalla del Río Lech y reincorporó Hungría
a Occidente, al tiempo que comenzaba la "germanización"
de Polonia, hasta entonces pagana. Poco después, en tiempos
de Enrique el León (siglo XII), los alemanes se abrían
paso a través de las tierras de los vendos, hasta el Mar
Báltico. Pero sin lugar a dudas, el movimiento de expansión
más espectacular, aunque finalmente fallido, fueron las
Cruzadas, en donde selectos miembros de la nobleza guerrera occidental
cruzaron el Mar Mediterráneo e invadieron el Medio Oriente,
creando reinos de efímera duración.
El balance
de esta expansión fue espectacular. En la época
del Tratado de Verdún de 843, el sistema social cristianooccidental
se extendía por Francia, parte de Alemania, la porción
sur de las Islas Británicas, y la mitad norte de España
e Italia. Un siglo después, en la época de Batalla
del Río Lech (955), no había región de Europa
Occidental a salvo de los invasores bárbaros. En la época
de la Batalla de Navas de Tolosa (1212), por su parte, habían
sido "occidentalizadas" toda Italia hasta Sicilia,
Escocia, Gales, cerca de la mitad de la Península Ibérica,
Polonia y Escandinavia, y las incursiones militares occidentales
habían puesto en manos occidentales lugares tan lejanos
como Constantinopla o Jerusalén, al tiempo que tierras
como Lituania, Bohemia o Irlanda estaban sometidas a una presión
militar occidental cada vez mayor.
Todo esto tuvo
por consecuencia la creación de nuevas redes comerciales,
que contribuyeron a la suerte de "milagro económico"
que a veces es llamada la revolución del siglo XII.
Europa en 1328
Europa en la década de 1430
Europa en la década de 1470[editar]
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6- Época
de los burgos (siglos XIII, XIV y XV)
El surgimiento
de la burguesía
A partir del
siglo XIII, la mejora de las técnicas agrícolas
y el consiguiente incremento del comercio hizo que la burguesía
fuera presionando para que se facilitara la apertura económica
de los espacios cerrados de las urbes, se redujeran los tributos
de portazgo y se garantizaran formas de comercio seguro y una
centralización de la administración de justicia
e igualdad de las normas en amplios territorios que les permitieran
desarrollar su trabajo, al tiempo que garantías de que
los que vulnerasen dichas normas serían castigados con
igual dureza en los distintos territorios.
Aquellas ciudades
que abrían las puertas al comercio y a una mayor libertad
de circulación, veían incrementar la riqueza y
prosperidad de sus habitantes y las del señor, por lo
que con reticencias pero de manera firme se fue diluyendo el
modelo. Las alianzas entre señores eran más comunes,
no ya tanto para la guerra, como para permitir el desarrollo
económico de sus respectivos territorios, y el rey fue
el elemento aglutinador de esas alianzas.
En el siglo
XII surgen los burgos, ciudades en donde apareció la burguesía
como nueva clase social. Los burgueses eran verdaderos outsiders
del sistema feudal, porque no eran ni señores feudales,
ni campesinos, ni hombre de iglesia, sino comerciantes. "Los
aires de la ciudad dan libertad" se decía, y con
razón, puesto que quienes podían radicarse en las
ciudades, tenían todo un nuevo mundo de oportunidades
que explotar. No era raro que burgueses y representantes del
orden feudal se miraran con desconfianza y desdén, aunque
se necesitaran unos a otros, por el minuto al menos.
En los burgos
surgieron muchas instituciones sociales nuevas. El desarrollo
del comercio llevó aparejado consigo el del sistema financiero
y la contabilidad. Los artesanos se unieron en asociaciones llamadas
gremios, ligas, corporaciones, cofradías, o artes, según
el lugar geográfico. Surgió también el trabajo
asalariado, economía monetaria, surgimiento de la banca
(crédito, préstamos, letras de cambio) algo virtualmente
desconocido en el mundo feudal y el cual origina un incipiente
capitalismo. También aparecen las Universidades como respuesta
de los gremios de educadores.
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El ocaso
de la Edad Media
El final de
la Edad Media llega con el final del sistema feudal. Los caballeros
feudales empezaron a ser técnicamente superados por el
desarrollo de técnicas militares como el arco de tiro
largo, arma que los ingleses usaron para barrer a los franceses
en la Batalla de Agincourt, en 1415, o la pica, usada por la
infantería de mercenarios suizos. Estos mercenarios se
volvieron la pesadilla de los caballeros, ya que no peleaban
por ideales ni honor, sino por dinero, el cual estaba disposición
de los burgueses, y no de los señores feudales, los que
de esta manera pudieron armar sus propios ejércitos. Todo
esto llevo al decaimiento de la era medieval.
La Iglesia
Católica, disminuye su poder debido a la Reforma Protestante,
además de las nuevas ideas religiosas que trajo la burguesía.
La muestra de ello está en el fermento de las herejías
a partir del siglo XII (cátaros, valdenses, husismo, wycliffismo,
etcétera), en concepciones teológicas que intentaban
rebajar el misticismo e imprimir mayor racionalidad al Catolicismo
(como por ejemplo Tomás de Aquino o Guillermo de Ockham),
y en la seguidilla de desórdenes en la Iglesia que culminaron
en el cisma de Occidente y en la mencionada Reforma Protestante.
Disminuido
el poder de estos dos grupos, en beneficio de los reyes y la
burguesía, el derrumbe de la sociedad medieval era cuestión
de tiempo. Aunque la mayor parte de la población siguió
siendo campesina, y la servidumbre existió aún
durante bastante tiempo, lo cierto es que ahora las novedades
culturales, económicas, sociales, políticas, intelectuales
o religiosas ya no provenían del castillo o el monasterio,
sino de la ciudad. La mentalidad teocentrica se cambió
por una antropocéntrica, lo que dio un paso importante
y fundamental a la aparición de la Edad Moderna
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